31 de julio de 2009

Yo era una vez...

Yo era una vez pacifista en las plazas.
Ahora me compré un revolver
y me podés ver en las esquinas.
La ropa raída ya no está en
mi soga
y voy a resaltar
que si te vas de casa
el frío te va a llevar hondamente
a lo hondo.

Vos y mi perro



Mi perro es una hiena espantosa
un plañir estentóreo de verano
una negra carrera enrarecida
atravesando los pastos altos
y el campo de adormideras.

Mi perro de Charleroi
es un terrible aullido a la luna
y un enojo hacía los techos
y las malas sombras.

Mi perro suda en verano
y el invierno
le sienta tan cómodo.

Vos no sos como mi perro
no te basta con alcanzarme una vara
ni con los huesos muertos.

29 de julio de 2009

Wild Billy



Los Pawnees de tu memoria
y ayer los
de la mía
están surcándote con flechas saladas
la babosa del cerebro.
¿Creías que todo se
esfumaba así, de repente?
En cada acorde de Pat Garrett,
ayer,
que llovía el cielo caía
desplomado
te sentías...
la espalada en Hojas de hierba,
la cara hacía el azul
sin fin,
un cowboy
atravesado por saetas insistentes.

“Billy you are so far away from home...”
Es esta forma de caer flechado
tan fácil sobre al prado
“Spend the night with some sweet señorita...”
Quién pensaría
ahora en entonar un canto de sí mismo?
La sangre en la hierba
los ojos más cerca del cielo
y la guitarra
rasgada
tintineante y campanil;
una caja gigante
la acústica como de un corazón
que ya no soportó
ni el mínimo enmiendo más.

¿Y cuando son azules qué?

Nos olvidamos algunas certezas...
la corriente nos arrastró, Laurita,
nos arrasó el tiempo
y todo se deshizo
nos deshizo.
Carne es carne
y no es más que lo que ayer lo fue.
Si algo persiste no lo busques en fotos
ni en viejos diarios,
que los accidentes hablan como huracanes

¿no ves que empieza leve,
se levanta,
se eleva últimamente?

Cada melodía me lleva...
a cada sueño verde
me lleva a otro sueño verde

¿y cuando son azules qué?

28 de julio de 2009

Querido primo, crecimos



Crecimos en el rencor de nuestra invalidez. Con el pecho colmado de ira, como si repentinamente, a la más mínima mirada o palabra, algo parecido a fuegos artificiales nos explotase dentro. Iluminados así, con los dulces destellos del recelo o acaso resentimiento, éramos capaces de las más altas atrocidades.
— ¡Ja!...ni vos te lo crees ¿De en serio? ¡Ah!...vamos, no mientas.
— No creas. No es necesario. Además tu incredulidad no me extraña en lo absoluto, digamos…te caracteriza. Pero aún así, lo que te cuento es tan verdad como vos y yo sentados en los asientos traseros de este automóvil, a esta hora, con el sol mañanero apuñalando de este modo el parabrisas; como la fugacidad de los árboles al borde de esta ruta; como el viento que ahora mismo entra por la ventanilla, da un par de vueltas bajo las butacas, y vuelve afuera, a la inmensidad del campo que vamos atravesando casi sin darnos cuenta...
— No sé, no sé...bah...puedo creerte, tal vez. ¿Tu madre haciendo eso con el abuelo? No es tan simple...
— ¡Shhhh! ¡Callate! Ese que maneja es mi papá, por si no te enteraste.
— Bueh...manejar lo que se dice manejar...A mí me parece más bien un zarandeo bobo. Decile algo, dale.
— Papá— ¿Qué pasa? ¿Qué querés?
— ¿Falta mucho para llegar?
— Sí, muchísimo, quédense ahí quietitos, y sin cuchichear... ¡mierda, déjenme escuchar la radio carajo!
— Papá...
— ¡¿Queeé?!
— ¿Te quedan muchas cervezas más?
— Sí, ¿y qué?
— El camión... ¡papá, el camión!
Odiaba cuando proponías jugar a los autitos chocadores y me embestías, distraída, por atrás, y yo terminaba de espaldas, suspirando, amándote y riendo a voz en cuello, mirando de reojo como las ruedas de mi silla seguían girando.Crecimos en el rencor de nuestra invalidez....Odiábamos tanto a los maratonistas, a los deportistas de cualquier tipo, a las bailarinas y a los trapecistas. Llevábamos a cuestas un dolor indecible, lo soportábamos a duras penas, apoyándonos el uno en el otro, nadie sabe, nadie sabe amor...Y a los dieciséis por fin decidiste desnudarte frente a mí. Y yo te imité, porque iba a seguirte hasta el final de nuestra amarga suerte.
Ahí estaban nuestra desgarrada desnudez, nuestras cicatrices y nuestros inútiles miembros. Todo abrasándose, fundiéndose y haciéndose una misma tragedia, en el oscuro frescor de tu cuarto.


de EL LIBRO DE K, dedicado, por supuesto a K

La Plata city

Cuando todavía me habituaba a soñar
cuando preparábamos juntos la dosis
ella sonreía.
Ella elegía los colores para el cielo
y para
el cielorraso y las paredes.
También ponía a todo volumen
las melodías.
Ahora el desayuno frío
es demasiado para uno.
Y bueno,
en La plata, tal vez
sepa
encontrarme y perderse
en la diagonal.

Celebración


Tan anacrónica como un oscuro y tupido mostacho en que se atascan las migas, la sopa, la espuma de cerveza o la salsa de spaghetti, nuestra relación es rarísima, y en el amplio salón donde el champagne se descorcha y la espuma brota en un tintinear pegajoso, torpes, como siluetas de cartón recortado, intentamos entendernos en una danza monótona y a destiempo, ignorando que ya nadie en la fiesta queda, y que nuestra imagen —aunada por el baile— igual que la escena última de una película demasiado mala, empequeñece al ritmo fugaz en que se aleja la cámara.


27 de julio de 2009

En la ola...

En la ola podes ir:
despegando
en apogeo
o cayendo.
Pero si ya ni un gramo te pega
o te pone a cantar
el simple aroma de un vaso
de cerveza,
estás lista querida.
Estás lista,
y la ropa tirada,
indiferente por el suelo
o acartonada en la soga, bajo la helada,
perdió todo perfume olor rastro
de que una vez
hubo vida
o algo vivo
en nosotros

Verano escandinavo

En el verano me porté como
un viking depresivo:
engordé 10 kg,
me tomé 10.000 cervezas
y escuché las canciones más tristes de la época.
Lloré como la mujer
del nórdico que tomando casco y espada
se lanzó a la nave
y se fue a que lo trague el mar
en su barquita rompeolas.
Lloré como una rubia de trenzas
sola en la playa
¡nieblas!

En el verano me porté como
un viking depresivo:
engordé 10 kg,
me tragué 10.000 cervezas
y escuché las canciones más tristes de las sierras.