Nos tomaron por asalto los días
de fritanga del verano,
cocidos sobre el pavimento
de una ciudad ruinosa y convulsiva
que se aferra
a las trampas de la dialéctica
como un huérfano
a las visitas esporádicas
de parejas prolijas, bien vestidas, abstemias,
socias honoríficas del Club Campestre.
"Un verano más y largamos todo,
gato de los techos”— repetía Lucas
cada vez que nos cruzábamos—;
un verano más y listo loco”